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Tuesday, May 24, 2011
Sin derramamiento de sangre. Un ensayo sobre la homosexualidad de Javier Ugarte Perèz.
Posted by kotang at 9:37 PMÍNDICE:
Prefacio
Introducción
Capítulo I: La base política
1. El problema homosexual
2. La democracia en América y en Europa
4. La confusión entre parejas y matrimonios
5. Tipos de progresismo y de conservadurismo
Capítulo II: La nueva riqueza de las naciones
1. El papel de la población
2. Nuevas demandas políticas
3. La conmoción del SIDA
Capítulo III: Nacionalidad y ciudadanía
1. La construcción de la identidad
2. Nacionalidad y ciudadanía
3. Nacionalidad versus ciudadanía
4. Contractualismo y utilitarismo
5. Lo "demoníaco" en Kierkegaard
6. Una nación dividida
Capítulo IV: La tríada "sexo, género, orientación"
1. Hombres y mujeres
2. Hermafroditas y transexuales
3. Heterosexuales y homosexuales
4. Tomismo e Iglesia Católica
5. Formas de superar las dicotomías
Bibliografía
1. General
2. Documentos e Informes
"la sociedad ha descubierto la discriminación como la gran arma social mediante la cual uno puede matar hombres sin derramamiento de sangre"
Hannah Arendt: Nosotros los refugiados (1943)
Publicado en: Egales
Madrid-Barcelona (mayo, 2005)
[Versión PDF]
PREFACIO
Sin derramamiento de sangre surgió tanto de la insatisfacción de su autor por el análisis que se hace del problema homosexual, como del acercamiento a las luchas cotidianas por la igualdad; es decir, debe tanto de la reflexión como a la práctica política. A partir de ese doble acercamiento al tema que trata, surgió la convicción de que se intenta asimilar la discriminación de las personas homosexuales a otras que tuvieron lugar en el pasado (africanos, mujeres, etc.), al tiempo que se señala lo inconmensurable entre esta situación y las demás. Es cierto que existen similitudes en cuanto a la desigualdad de derechos, pero también se da una diferencia fundamental, y es que un homosexual no tiene un aspecto diferente a quien tiene otra orientación sexual, mientras que los integrantes de los grupos que se han señalado resultan fáciles de reconocer, excepción hecha de los pertenecientes a alguna religión o ideología política (judíos, testigos de Jehová, etc.).
Sin embargo, incluso en este último caso, la situación de los homosexuales es diferente porque no están agrupados en ninguna comunidad, ni son educados en una tradición ante la que tienen que posicionarse, para preservarla o para distanciarse de ella. No se pueden reconocer como homosexuales si no afirman serlo, y no existen normas enseñadas por la tradición que enseñen cómo sobrevivir a la invisibilidad o al rechazo. Por lo tanto, sus problemas resultan a menudo desconocidos para el resto, invisibles; de ahí que su falta de igual tratamiento por las leyes sea una discriminación silenciada. Por esas razones, su situación hace necesario un análisis diferente a los que se han realizado sobre formas anteriores de desigualdad.
El problema al que se enfrentan desde hace tiempo los colectivos que los defienden, consiste en que las democracias occidentales mantienen distinto número de derechos según la persona de que se trate, homosexual o heterosexual, aunque los ciudadanos trabajan o pagan impuestos con independencia de la orientación que tienen y de los derechos que les son reconocidos. Tiene lugar entonces una diferencia entre la nacionalidad y la ciudadanía, que resulta patente en este caso más que en otros, porque si todos los individuos que nacen dentro de un Estado tienen la nacionalidad que les corresponde, no todos tienen la misma ciudadanía. A consecuencia de esta diferencia, existe una población invisible dentro de otra que resulta omnipresente, lo que sumado a la diferencia que se da entre las distintas ciudadanías que tienen los nacionales, según su orientación sexual y afectiva, da como resultado una nación dividida, aunque la escisión no sea percibida por todo el mundo.
Ahora bien, teniendo en cuenta la importancia que va adquiriendo la autonomía de los ciudadanos para los Estados (hecho que se analizará con detenimiento en las páginas que siguen), la lucha que mantienen los colectivos a favor de la igualdad en el trato que reciben de las instituciones, y el número creciente de personas que manifiestan públicamente su homosexualidad, el futuro tiene que traer el fin de la discriminación legal. Es cuestión de tiempo, y el tiempo es cuestión de lucha. Sin embargo, no hay porqué suponer que la marginación, que tiene un carácter social, se termine al mismo tiempo; al contrario, se perpetuará durante décadas, como ha sucedido con otras marginaciones. Los partidos moralmente progresistas ya se han comprometido en terminar con la discriminación, aunque a veces parecen no acertar con el enfoque de la cuestión.
Este libro fue comenzado hace unos cuatro años y retomado en varias ocasiones. Con sus aciertos o fracasos, debo mencionar a una serie de personas sin las cuales no hubiera llegado a ver la luz. Gracias a ellas, a los debates y puntos de vista compartidos durante este tiempo, los errores que contiene no son mayores. En primer lugar, quiero señalar a Antoni Mora, cuyas discusiones dentro y fuera del comité de redacción de la revista Orientaciones , me han ayudado a replantear algunos puntos de vista sobre el tema. También Luis Magrinyà, responsable de buena parte de los títulos que publica Alba Editorial, me ayudó a volver a pensar ciertas cuestiones que, con su punto de vista, adquirieron nueva luz. Finalmente, el grupo de personas que trabajan en la edición de Orientaciones , como Miguel Ángel Sánchez, Pedro A. Pérez, Fernando Sánchez Amillategui, Santiago Esteso, Marieta Pancheva y Luis Rodríguez-Piñero; todos ellos han contribuido a crear un entorno de discusión y debate estimulante para la reflexión. Mi sincero agradecimiento a todos.
INTRODUCCIÓN
Arendt reflexionaba en 1943 sobre la situación de los judíos refugiados, a consecuencia de la persecución fascista y nazi en toda Europa, y el curioso estado psicológico y social por el que esos nuevos parias, en tierras para ellos extrañas, tendían a mostrarse felices, al mismo tiempo que se suicidaban en gran número. Los judíos terminaban con su vida sin motivos explicables para sus vecinos y amigos gentiles, quienes pensaban que se sentían a gusto con la vida que llevaban. El objeto de mi reflexión es también un grupo de parias, en este caso una minoría cuyas circunstancias no son asimilables a las judías desde una perspectiva política, aunque bajo otros puntos de vista, como los que da el sufrimiento, sean equivalentes al estado de cualquier otro marginado de la tierra, y particularmente al de esos emigrados de felicidad tan curiosa descritos por Arendt. Me refiero, es claro, a las personas de orientación homosexual.
Desde la segunda mitad del siglo XIX se califica como "homosexual" a quien elige a personas de su mismo sexo (y género) para establecer con ellas relaciones amorosas y sexuales de forma exclusiva, o predominante. La preferencia ha existido siempre, pero sometida a tan gran número de variaciones, que resulta imposible de teorizar desde un punto de vista biológico: las similitudes entre la forma de vivir y amar de un chamán, un erastés (o un erómenos ), un leather actual o personajes como el barón de Charlus, creación de Proust, son inexistente, si dejamos de lado la preferencia común. El motivo de esta tendencia, como las razones de la heterosexualidad, permanecen oscuras. Podría deberse a la educación recibida, una determinada solución (fracasada, según el psicoanálisis) al complejo de Edipo, experiencias individuales, determinantes biológicos o elecciones libres. Quizás se deba a más de un causa, pero políticamente debe insistirse en el factor de libertad que la compone, es decir a la que se tiene derecho en cuanto ciudadano y por la que no se deben de dar justificaciones, ya que ni benefician ni perjudican a nadie, excepto a quien sigue este camino.
Bien, pues como el concepto de "homosexual" tiene un origen médico, ya que fue producto de la Psiquiatría decimonónica, y nació para condenar a estas personas por lo que eran, más que por lo que hacían, por su sensibilidad e inclinaciones más que por sus actos, muchos homosexuales han preferido sustituir "homosexual" por "gay", término menos sospechoso de discriminación y que, aparentemente, no lleva la carga de un estigma, puesto que en muchas lenguas es un adjetivo que tiene el significado de alegre, simpático (i). Y así, buena parte de los homosexuales del siglo XX, se llaman a sí mismos y quieren que otros les califiquen, como "alegres"; alegría que en ocasiones es una huída de la dura realidad. Curiosa alegría ésta, porque aún siendo tan felices, muestran una tasa de suicidio que es el doble de la media estadística de la población heterosexual en cada país. Algunos intentan encontrar un lugar en la sociedad esforzándose por ser los mejores vecinos, compañeros de trabajo, etc., empleando una gran energía para conseguir la aceptación de los demás, empeño que quizás no mostrarían si la situación social que les rodea fuese distinta. De esa energía puesta en ser aceptados, se deriva que mucha gente después presuma de tener un amigo homosexual.
Otra posible solución a la tensión sería el resentimiento, el rechazo del sistema, tal como lo experimentaron los norteamericanos de color ante la mayoría blanca y protestante en la época de las movilizaciones por los derechos civiles bajo la figura de Martin Luther King, en los años sesenta del siglo XX. Sin embargo, ésta no es una alternativa real para los homosexuales puesto que no existe un grupo de personas al que puedan odiar. No pueden sentir resentimiento hacia los heterosexuales porque sus emociones han sido formadas, y están en diálogo y afectos cruzados, con ellos: padres, hermanos, compañeros de juegos de infancia, amigos de época adulta, etc., son heterosexuales. No existen, por tanto, salidas fáciles a la tensión interna, y la razón es que, como el homosexual no forma parte de ningún exterior, entonces tampoco puede atentar contra ningún interior; no es imaginable, por ejemplo, un terrorismo homosexual. Así, puede entenderse la conocida identificación de los homosexuales con personajes trágicos de la literatura, la ópera, el cine, etc., como una consecuencia de la imposibilidad para el odio o el resentimiento. Allí donde hay tragedia no se produce el rencor, sino aceptación del destino. De ahí que la alternativa entre la integración o la muerte sea bien real, como lo es que la violencia, una vez que se manifiesta, ha de dirigirse a otros o uno mismo se convierte en víctima; en las sociedades donde son frecuentes los homicidios resultan raros los suicidios, y viceversa.
Sus amigos, en el caso de que sean también homosexuales, o gays según se prefiera, cuando llegan a la madurez tienen que dedicar una parte de su tiempo a reponerse de las noticias tristes que les llegan de otros amigos y conocidos. Y, en muchos casos, tienen que repartir su presencia entre la despedida de quienes han muerto por causas corrientes, por una larga enfermedad, como el cáncer, o un accidente de tráfico, cosas que le pueden suceder a cualquiera, y aquellos otros que han decidido terminar con su vida sin motivos aparentes, aún no recuperados de la alegría, quizás excesiva, de la noche anterior, algo que parece sucederles preferentemente a los homosexuales (ii). Por no hablar del impacto del SIDA, consecuencia de una promiscuidad que es producto de la dificultad para mantener relaciones estables, y que ha sido para cientos de miles de ellos un camino hacia la tumba. Todavía hoy, a comienzos del siglo XXI, se está lejos de haber encontrado soluciones definitivas a esta pandemia.
Cuando se produce el suicidio de un gay/alegre, éste no es llamativo ni público, como tampoco lo eran los suicidios que cometían los judíos señalados por Arendt, de ahí la sospecha que levantan. Se llevan a cabo con discreción y pudor, sin cartas a los amigos ni dignas ceremonias familiares o públicas, como sucedía en la Antigüedad, donde este acto suponía un ritual; piénsese en la muerte de Séneca, por ejemplo, rodeado de familiares, amigos y discípulos. Los homosexuales, en cambio, se suicidan por cuestiones personales, nada políticas, aunque sean difíciles de precisar los motivos, ya que el silencio suele ser la herencia que dejan tras de sí. Quizás la discreción sea la consecuencia de que hasta en la muerte parecen excluidos de la comunidad de la que forman parte.
Pero, me atrevo a preguntar, ¿existe algo más político que la muerte prematura de un marginado, sea cual sea el medio empleado o el camino por el que, casualmente, llega a producirse? Parece difícil contestar negativamente a esta cuestión cuando muchos marginados muestran esa esperanza de vida más corta. Y la marginación en este caso es, en primer lugar, consecuencia de una decisión política actual, o del mantenimiento de una decisión pasada, como son políticos los medios para terminar con ella. Es un fruto de la política que el único tipo de familia que la ley reconozca a estas personas, hasta el presente, sea la unipersonal, salvo excepciones como las llamadas "parejas de hecho" que suponen un paso adelante pero no la solución al problema. Quizás por esta razón mueren en soledad en tantos casos, a causa de una enfermedad coronaria o de una decisión voluntaria.
La forma de análisis de quien trabaja y piensa en la marginación no le permite forzar analogías entre grupos cuyas diferencias son evidentes, pero tampoco rechazar cualquier tipo de conexión que impida aprender de experiencias ajenas o basarse en ellas. La labor del pensador es buscar conexiones nuevas entre fenómenos para encontrar explicaciones a problemas que hasta ese momento no la tenían y confiar en que, bajo la nueva perspectiva adquirida, las soluciones puedan alcanzarse. Por eso, entre diferentes estados de marginación es posible buscar huellas para entender la propia (y cada una es distinta), pero es conveniente no esforzarse en soluciones que sólo se pueden encontrar en las características de cada caso concreto. Como la experiencia de los judíos de los años treinta y cuarenta del siglo XX, y la de los homosexuales de toda la centuria no es equiparable, intentaré perfilar las características y los problemas específicos que se dan en la situación de discriminación como consecuencia de la orientación sexual y afectiva basándome en otros ejemplos históricos cuando esto pueda clarificar las cosas, pero teniendo presente cuál es el tema central de esta reflexión.
Puede entonces plantearse una pregunta: ¿por qué luchar contra la discriminación homosexual cuando existen ancianos solos, mujeres y menores maltratados, y una cantidad tan enorme de personas que pasan hambre en todo el mundo? La respuesta sería que la homosexualidad no excluye ninguna de estas situaciones porque es transversal a ellas. Es decir, se da esta orientación sexual y afectiva en todas las categorías de marginados (entre las mujeres, los miembros de otras culturas, los gitanos, etc.), lo que añade un suplemento de discriminación a cada marginación particular. Si los homosexuales de estos grupos se manifiestan como tales, entonces se verán rechazados por sus compañeros de infortunio, cuando ya lo habían sido por quienes no eran sus compañeros ni vivían en el infortunio. De ahí que luchar contra esto se pueda considerar un proyecto digno de ser realizado.
En esta Introducción quiero señalar al lector que, al margen de la experiencia de trabajo en el tema durante la última década, en los cuatro últimos años modifiqué el análisis desde la situación social de los homosexuales a la reflexión sobre sus derechos, de éstos a las políticas demográficas y, de vuelta, nuevamente a la discriminación; intentaré mostrar la conexión entre estos temas, bien que de forma breve. El resultado de este recorrido intelectual son los capítulos que componen esta obra. Aunque me he formado en otras especialidades de la filosofía, al trabajar sobre este problema me he centrado enseguida en su rama política, y quisiera explicar el motivo de este cambio porque me parece que revela la naturaleza del problema. Así que al hacer este relato no intentaré describir tanto un recorrido personal como el camino que he tenido que transitar en esta búsqueda, la lógica de ese proceso, y las conclusiones alcanzadas.
El asunto es que, se parta de donde se quiera, el "problema homosexual", entendiendo por esta expresión la discriminación y el impacto que ésta tiene sobre sus vidas, está tan cruzado de ideas políticas que es difícil evitar estudiarlas una por una para ver el trasfondo que tienen. No sólo es difícil evitarlas, tampoco es conveniente. Si en su base existe un fondo político es mejor enfrentarse con él para ver en qué consiste, qué estructura tiene, cómo puede evolucionar, y qué soluciones se le pueden encontrar; después, será posible afrontar a otro tipo de problemas que están bajo la política y que constituyen su base, como por ejemplo la marginación social. Intentaré demostrar que la discriminación se sustenta sobre un vacío, es una estructura en el aire de la que pocos parecen percibir que carece de fundamentos sobre los que mantenerse en el futuro. Los tuvo, pero ya no los tiene, de ahí que se trate de una estructura débil, es decir difícil de mantener a largo plazo. Por tanto este es un trabajo que plantea estas cuestiones con un enfoque casi propedéutico, de iniciación al tema.
Se puede objetar que no son pocos los trabajos y libros publicados sobre el tratamiento de la ciudadanía por intelectuales y expertos en su oficio, la mayor parte profesores de Derecho Constitucional, y ramas afines. Es una objeción lógica, pero a la que daré tres respuestas para explicar la especificidad del tema. La primera es que, a medida que cambian las sociedades, surgen situaciones que eran imposibles de prever un siglo antes, por lo que es necesario volver a pensar los conceptos con los que se elaboraron las ideas que forman la base del gobierno. Estos conceptos pueden tener un origen tan lejano en el tiempo como las instituciones creadas por la cultura grecolatina o las reflexiones de sus filósofos, pero es necesario conocer su forma de expresión como consecuencia de las nuevas realidades y su adaptación a ellas. Lo clásico se adapta con facilidad a lo contemporáneo, pero hay que saber cómo hacerlo. Pondré un ejemplo de lo que quiero decir; hace mucho tiempo que se han traducido al castellano las obras de Shakespeare, pero cualquier traducción realizada en el S. XIX no parece apropiada a comienzos del XXI como texto base de una representación teatral, o de una lectura meditada. A su vez, si el público al que va dirigido tiene algún tipo de vivencia o necesidad específica, la adaptación del texto debería tenerlo en cuenta, en la medida de lo posible. No es lo mismo traducir sus Sonetos para ser leídos por el público victoriano que preparar una edición actual para un público joven, u homosexual, con una sensibilidad, vivencias, y formación cultural muy diferentes.
La segunda objeción es que analizo la situación de un grupo de población sobre la que se aplican algunas veces, pero no siempre, unos derechos de larga tradición. Las peculiaridades requieren un análisis diferenciado, y todos somos distintos a los demás por muchos motivos, desde la constitución genética hasta la ideología política, pasando por los hábitos, gustos estéticos o lecturas. De lo que se trata es de recibir el mismo trato por las leyes, o dicho de otra manera, que lo permitido a unos no sea negado a otros. No se trata de volvernos iguales, lo que desde luego sería un proyecto totalitario, sino de ser tratados por igual, lo que es una aspiración democrática. La tercera objeción, alguien lo habrá adivinado ya, es que desde los elevados puestos universitarios raramente, por no decir nunca, se presta atención al problema que aquí se expone.
Para finalizar la Introducción, quiero señalar que cuando se habla de orientación, a esta palabra se le suele añadir el adjetivo "sexual" para aclarar que no se trata de una opción política, religiosa o estética. Sin embargo, ese calificativo me parece que es confuso por reduccionista, porque con él las personas no se refirieren sólo, ni principalmente, a la sexualidad, sino también a la afectividad, es decir a la capacidad de amar a través de la unión física y de ponerse en juego. Incluso del sacrificio personal con el objetivo de mejorar la vida de la persona amada. Por eso, creo que es más correcta la expresión "orientación sexoafectiva" (u "orientación sexual y afectiva") y así la utilizaré a lo largo del libro. Además, mencionar sólo el sexo supone una eliminación del afecto en la misma descripción de la persona que, particularmente en el caso de los homosexuales varones, resulta devastadora por ser la encarnación de los prejuicios que pesan sobre la primacía de la actividad sexual sobre los demás aspectos de nuestra vida.
Por todo ello, los capítulos que siguen son un trabajo básico, en el sentido de que intentan sentar las bases sobre las que se levanta la estructura de la discriminación y del trato sobre una minoría concreta. Son los cimientos de un pensamiento político y, si se quiere comprender una situación como aquella en la que se encuentran las personas aquí aludidas, no creo que se pueda prescindir de este tipo de estudios. Lo que espero del lector no es tanto que eso le haga disculpar las insuficiencias de mi aportación, como que comparta esa necesidad de "cuerpo político" o, al menos, que la comprenda. Como resumen del contenido, diré que el primer capítulo se basa en la convicción de que el problema de la desigualdad de los homosexuales tiene que ser analizado en clave política. Para ello, se desarrolla la idea de que es necesario utilizar tanto la libertad como la igualdad en los dos ámbitos, el teórico y el práctico. Es evidente la necesidad de la igualdad, pero a menudo se ha olvidado la potencia de la libertad como vía para que las minorías pudiesen conseguir derechos, puesto que la negación de leyes igualitarias también puede ser analizada como una denegación de la libertad de elección. Ambas ideas proceden de la filosofía política, y si son usadas de forma complementaria cuando se argumenta en este terreno su capacidad se multiplica.
El segundo capítulo desarrolla la idea, arriesgada, de que los derechos a la igualdad de las minorías no pueden ser negados porque la población que los solicita es diferente a la que existía todavía a mitad del siglo pasado. No tanto por los mecanismos que pone en juego la democracia, como se afirma desde el análisis liberal, cuanto porque quienes reclaman derechos tienen una capacidad política, un peso económico por la riqueza que contribuyen a producir, que impide postergar sus demandas cuando éstas no dificultan el sistema económico. Por utilizar una frase célebre: la población, y no otros recursos, son la nueva "riqueza de las naciones". Y como riqueza tiene que ser cuidada por los gobernantes, para que no deje de producir o para impedir que emigre.
El tercer capítulo desarrolla otras dos ideas políticas, pero éstas de carácter jurídico, la nacionalidad y la ciudadanía. Se centra en la irregularidad que supone el hecho de que la nacionalidad pueda generar distintas ciudadanías, una para heterosexuales y otra para homosexuales, puesto que a los segundos se les niega el acceso a la protección que tienen los primeros en cuanto se reconocen las familias que ellos forman, pero no otras. Lo que se traduce en que sólo los heterosexuales tienen acceso a estos bienes, como la declaración conjunta de ingresos, pensiones estatales, adopción compartida de menores, etc. El pacto o contrato social queda invalidado si no alcanza a toda la población por la forma en que se ha planteado. Sin embargo, las irregularidades que se derivan de su incompleta aplicación parecen haber pasado desapercibida para muchos juristas.
El último capítulo estudia las relaciones de dependencia que existen entre el sexo, el género, y la orientación afectiva y sexual. Entre ellos se produce una férrea unión que impide que de dos sexos (macho, hembra) se pueda derivar otra cosa que dos géneros (masculino, femenino), y a partir de éstos últimos sólo una forma de relación posible, la atracción mutua. Es decir, la heterosexualidad. Se analizan también aquí las posibles formas de romper esos vínculos, que son dos, la multiplicación de los géneros en la vida cotidiana, o su eliminación de las leyes fundamentales, por ejemplo en la Constitución.
Con todo ello, se espera proporcionar un material para la reflexión que pueda ayudar a comprender las fuerzas en las que se mueve el problema. Se trata de un proyecto ambicioso, sin duda. Pero no cabe otro planteamiento cuando se contempla la situación de partida, lejana a lo que podría ser la vida de los homosexuales de ambos géneros si las leyes, y la política de los organismos estatales, hubiesen sido distintas desde hace décadas.
Notas:
(i)Para un análisis del término dentro de la comunidad homosexual, y sus significados previos en otras lenguas, véase Óscar Guasch: La sociedad rosa. Barcelona, Anagrama (1995, 74-76).
(ii) Sobre la mayor tasa de suicidios en homosexuales, véanse los artículos de las revistas Crisis y Pediatrics que aparecen en la sección "Documentos e informes".
por: javierugarte
Prefacio
Introducción
Capítulo I: La base política
1. El problema homosexual
2. La democracia en América y en Europa
4. La confusión entre parejas y matrimonios
5. Tipos de progresismo y de conservadurismo
Capítulo II: La nueva riqueza de las naciones
1. El papel de la población
2. Nuevas demandas políticas
3. La conmoción del SIDA
Capítulo III: Nacionalidad y ciudadanía
1. La construcción de la identidad
2. Nacionalidad y ciudadanía
3. Nacionalidad versus ciudadanía
4. Contractualismo y utilitarismo
5. Lo "demoníaco" en Kierkegaard
6. Una nación dividida
Capítulo IV: La tríada "sexo, género, orientación"
1. Hombres y mujeres
2. Hermafroditas y transexuales
3. Heterosexuales y homosexuales
4. Tomismo e Iglesia Católica
5. Formas de superar las dicotomías
Bibliografía
1. General
2. Documentos e Informes
"la sociedad ha descubierto la discriminación como la gran arma social mediante la cual uno puede matar hombres sin derramamiento de sangre"
Hannah Arendt: Nosotros los refugiados (1943)
Publicado en: Egales
Madrid-Barcelona (mayo, 2005)
[Versión PDF]
PREFACIO
Sin derramamiento de sangre surgió tanto de la insatisfacción de su autor por el análisis que se hace del problema homosexual, como del acercamiento a las luchas cotidianas por la igualdad; es decir, debe tanto de la reflexión como a la práctica política. A partir de ese doble acercamiento al tema que trata, surgió la convicción de que se intenta asimilar la discriminación de las personas homosexuales a otras que tuvieron lugar en el pasado (africanos, mujeres, etc.), al tiempo que se señala lo inconmensurable entre esta situación y las demás. Es cierto que existen similitudes en cuanto a la desigualdad de derechos, pero también se da una diferencia fundamental, y es que un homosexual no tiene un aspecto diferente a quien tiene otra orientación sexual, mientras que los integrantes de los grupos que se han señalado resultan fáciles de reconocer, excepción hecha de los pertenecientes a alguna religión o ideología política (judíos, testigos de Jehová, etc.).
Sin embargo, incluso en este último caso, la situación de los homosexuales es diferente porque no están agrupados en ninguna comunidad, ni son educados en una tradición ante la que tienen que posicionarse, para preservarla o para distanciarse de ella. No se pueden reconocer como homosexuales si no afirman serlo, y no existen normas enseñadas por la tradición que enseñen cómo sobrevivir a la invisibilidad o al rechazo. Por lo tanto, sus problemas resultan a menudo desconocidos para el resto, invisibles; de ahí que su falta de igual tratamiento por las leyes sea una discriminación silenciada. Por esas razones, su situación hace necesario un análisis diferente a los que se han realizado sobre formas anteriores de desigualdad.
El problema al que se enfrentan desde hace tiempo los colectivos que los defienden, consiste en que las democracias occidentales mantienen distinto número de derechos según la persona de que se trate, homosexual o heterosexual, aunque los ciudadanos trabajan o pagan impuestos con independencia de la orientación que tienen y de los derechos que les son reconocidos. Tiene lugar entonces una diferencia entre la nacionalidad y la ciudadanía, que resulta patente en este caso más que en otros, porque si todos los individuos que nacen dentro de un Estado tienen la nacionalidad que les corresponde, no todos tienen la misma ciudadanía. A consecuencia de esta diferencia, existe una población invisible dentro de otra que resulta omnipresente, lo que sumado a la diferencia que se da entre las distintas ciudadanías que tienen los nacionales, según su orientación sexual y afectiva, da como resultado una nación dividida, aunque la escisión no sea percibida por todo el mundo.
Ahora bien, teniendo en cuenta la importancia que va adquiriendo la autonomía de los ciudadanos para los Estados (hecho que se analizará con detenimiento en las páginas que siguen), la lucha que mantienen los colectivos a favor de la igualdad en el trato que reciben de las instituciones, y el número creciente de personas que manifiestan públicamente su homosexualidad, el futuro tiene que traer el fin de la discriminación legal. Es cuestión de tiempo, y el tiempo es cuestión de lucha. Sin embargo, no hay porqué suponer que la marginación, que tiene un carácter social, se termine al mismo tiempo; al contrario, se perpetuará durante décadas, como ha sucedido con otras marginaciones. Los partidos moralmente progresistas ya se han comprometido en terminar con la discriminación, aunque a veces parecen no acertar con el enfoque de la cuestión.
Este libro fue comenzado hace unos cuatro años y retomado en varias ocasiones. Con sus aciertos o fracasos, debo mencionar a una serie de personas sin las cuales no hubiera llegado a ver la luz. Gracias a ellas, a los debates y puntos de vista compartidos durante este tiempo, los errores que contiene no son mayores. En primer lugar, quiero señalar a Antoni Mora, cuyas discusiones dentro y fuera del comité de redacción de la revista Orientaciones , me han ayudado a replantear algunos puntos de vista sobre el tema. También Luis Magrinyà, responsable de buena parte de los títulos que publica Alba Editorial, me ayudó a volver a pensar ciertas cuestiones que, con su punto de vista, adquirieron nueva luz. Finalmente, el grupo de personas que trabajan en la edición de Orientaciones , como Miguel Ángel Sánchez, Pedro A. Pérez, Fernando Sánchez Amillategui, Santiago Esteso, Marieta Pancheva y Luis Rodríguez-Piñero; todos ellos han contribuido a crear un entorno de discusión y debate estimulante para la reflexión. Mi sincero agradecimiento a todos.
INTRODUCCIÓN
Arendt reflexionaba en 1943 sobre la situación de los judíos refugiados, a consecuencia de la persecución fascista y nazi en toda Europa, y el curioso estado psicológico y social por el que esos nuevos parias, en tierras para ellos extrañas, tendían a mostrarse felices, al mismo tiempo que se suicidaban en gran número. Los judíos terminaban con su vida sin motivos explicables para sus vecinos y amigos gentiles, quienes pensaban que se sentían a gusto con la vida que llevaban. El objeto de mi reflexión es también un grupo de parias, en este caso una minoría cuyas circunstancias no son asimilables a las judías desde una perspectiva política, aunque bajo otros puntos de vista, como los que da el sufrimiento, sean equivalentes al estado de cualquier otro marginado de la tierra, y particularmente al de esos emigrados de felicidad tan curiosa descritos por Arendt. Me refiero, es claro, a las personas de orientación homosexual.
Desde la segunda mitad del siglo XIX se califica como "homosexual" a quien elige a personas de su mismo sexo (y género) para establecer con ellas relaciones amorosas y sexuales de forma exclusiva, o predominante. La preferencia ha existido siempre, pero sometida a tan gran número de variaciones, que resulta imposible de teorizar desde un punto de vista biológico: las similitudes entre la forma de vivir y amar de un chamán, un erastés (o un erómenos ), un leather actual o personajes como el barón de Charlus, creación de Proust, son inexistente, si dejamos de lado la preferencia común. El motivo de esta tendencia, como las razones de la heterosexualidad, permanecen oscuras. Podría deberse a la educación recibida, una determinada solución (fracasada, según el psicoanálisis) al complejo de Edipo, experiencias individuales, determinantes biológicos o elecciones libres. Quizás se deba a más de un causa, pero políticamente debe insistirse en el factor de libertad que la compone, es decir a la que se tiene derecho en cuanto ciudadano y por la que no se deben de dar justificaciones, ya que ni benefician ni perjudican a nadie, excepto a quien sigue este camino.
Bien, pues como el concepto de "homosexual" tiene un origen médico, ya que fue producto de la Psiquiatría decimonónica, y nació para condenar a estas personas por lo que eran, más que por lo que hacían, por su sensibilidad e inclinaciones más que por sus actos, muchos homosexuales han preferido sustituir "homosexual" por "gay", término menos sospechoso de discriminación y que, aparentemente, no lleva la carga de un estigma, puesto que en muchas lenguas es un adjetivo que tiene el significado de alegre, simpático (i). Y así, buena parte de los homosexuales del siglo XX, se llaman a sí mismos y quieren que otros les califiquen, como "alegres"; alegría que en ocasiones es una huída de la dura realidad. Curiosa alegría ésta, porque aún siendo tan felices, muestran una tasa de suicidio que es el doble de la media estadística de la población heterosexual en cada país. Algunos intentan encontrar un lugar en la sociedad esforzándose por ser los mejores vecinos, compañeros de trabajo, etc., empleando una gran energía para conseguir la aceptación de los demás, empeño que quizás no mostrarían si la situación social que les rodea fuese distinta. De esa energía puesta en ser aceptados, se deriva que mucha gente después presuma de tener un amigo homosexual.
Otra posible solución a la tensión sería el resentimiento, el rechazo del sistema, tal como lo experimentaron los norteamericanos de color ante la mayoría blanca y protestante en la época de las movilizaciones por los derechos civiles bajo la figura de Martin Luther King, en los años sesenta del siglo XX. Sin embargo, ésta no es una alternativa real para los homosexuales puesto que no existe un grupo de personas al que puedan odiar. No pueden sentir resentimiento hacia los heterosexuales porque sus emociones han sido formadas, y están en diálogo y afectos cruzados, con ellos: padres, hermanos, compañeros de juegos de infancia, amigos de época adulta, etc., son heterosexuales. No existen, por tanto, salidas fáciles a la tensión interna, y la razón es que, como el homosexual no forma parte de ningún exterior, entonces tampoco puede atentar contra ningún interior; no es imaginable, por ejemplo, un terrorismo homosexual. Así, puede entenderse la conocida identificación de los homosexuales con personajes trágicos de la literatura, la ópera, el cine, etc., como una consecuencia de la imposibilidad para el odio o el resentimiento. Allí donde hay tragedia no se produce el rencor, sino aceptación del destino. De ahí que la alternativa entre la integración o la muerte sea bien real, como lo es que la violencia, una vez que se manifiesta, ha de dirigirse a otros o uno mismo se convierte en víctima; en las sociedades donde son frecuentes los homicidios resultan raros los suicidios, y viceversa.
Sus amigos, en el caso de que sean también homosexuales, o gays según se prefiera, cuando llegan a la madurez tienen que dedicar una parte de su tiempo a reponerse de las noticias tristes que les llegan de otros amigos y conocidos. Y, en muchos casos, tienen que repartir su presencia entre la despedida de quienes han muerto por causas corrientes, por una larga enfermedad, como el cáncer, o un accidente de tráfico, cosas que le pueden suceder a cualquiera, y aquellos otros que han decidido terminar con su vida sin motivos aparentes, aún no recuperados de la alegría, quizás excesiva, de la noche anterior, algo que parece sucederles preferentemente a los homosexuales (ii). Por no hablar del impacto del SIDA, consecuencia de una promiscuidad que es producto de la dificultad para mantener relaciones estables, y que ha sido para cientos de miles de ellos un camino hacia la tumba. Todavía hoy, a comienzos del siglo XXI, se está lejos de haber encontrado soluciones definitivas a esta pandemia.
Cuando se produce el suicidio de un gay/alegre, éste no es llamativo ni público, como tampoco lo eran los suicidios que cometían los judíos señalados por Arendt, de ahí la sospecha que levantan. Se llevan a cabo con discreción y pudor, sin cartas a los amigos ni dignas ceremonias familiares o públicas, como sucedía en la Antigüedad, donde este acto suponía un ritual; piénsese en la muerte de Séneca, por ejemplo, rodeado de familiares, amigos y discípulos. Los homosexuales, en cambio, se suicidan por cuestiones personales, nada políticas, aunque sean difíciles de precisar los motivos, ya que el silencio suele ser la herencia que dejan tras de sí. Quizás la discreción sea la consecuencia de que hasta en la muerte parecen excluidos de la comunidad de la que forman parte.
Pero, me atrevo a preguntar, ¿existe algo más político que la muerte prematura de un marginado, sea cual sea el medio empleado o el camino por el que, casualmente, llega a producirse? Parece difícil contestar negativamente a esta cuestión cuando muchos marginados muestran esa esperanza de vida más corta. Y la marginación en este caso es, en primer lugar, consecuencia de una decisión política actual, o del mantenimiento de una decisión pasada, como son políticos los medios para terminar con ella. Es un fruto de la política que el único tipo de familia que la ley reconozca a estas personas, hasta el presente, sea la unipersonal, salvo excepciones como las llamadas "parejas de hecho" que suponen un paso adelante pero no la solución al problema. Quizás por esta razón mueren en soledad en tantos casos, a causa de una enfermedad coronaria o de una decisión voluntaria.
La forma de análisis de quien trabaja y piensa en la marginación no le permite forzar analogías entre grupos cuyas diferencias son evidentes, pero tampoco rechazar cualquier tipo de conexión que impida aprender de experiencias ajenas o basarse en ellas. La labor del pensador es buscar conexiones nuevas entre fenómenos para encontrar explicaciones a problemas que hasta ese momento no la tenían y confiar en que, bajo la nueva perspectiva adquirida, las soluciones puedan alcanzarse. Por eso, entre diferentes estados de marginación es posible buscar huellas para entender la propia (y cada una es distinta), pero es conveniente no esforzarse en soluciones que sólo se pueden encontrar en las características de cada caso concreto. Como la experiencia de los judíos de los años treinta y cuarenta del siglo XX, y la de los homosexuales de toda la centuria no es equiparable, intentaré perfilar las características y los problemas específicos que se dan en la situación de discriminación como consecuencia de la orientación sexual y afectiva basándome en otros ejemplos históricos cuando esto pueda clarificar las cosas, pero teniendo presente cuál es el tema central de esta reflexión.
Puede entonces plantearse una pregunta: ¿por qué luchar contra la discriminación homosexual cuando existen ancianos solos, mujeres y menores maltratados, y una cantidad tan enorme de personas que pasan hambre en todo el mundo? La respuesta sería que la homosexualidad no excluye ninguna de estas situaciones porque es transversal a ellas. Es decir, se da esta orientación sexual y afectiva en todas las categorías de marginados (entre las mujeres, los miembros de otras culturas, los gitanos, etc.), lo que añade un suplemento de discriminación a cada marginación particular. Si los homosexuales de estos grupos se manifiestan como tales, entonces se verán rechazados por sus compañeros de infortunio, cuando ya lo habían sido por quienes no eran sus compañeros ni vivían en el infortunio. De ahí que luchar contra esto se pueda considerar un proyecto digno de ser realizado.
En esta Introducción quiero señalar al lector que, al margen de la experiencia de trabajo en el tema durante la última década, en los cuatro últimos años modifiqué el análisis desde la situación social de los homosexuales a la reflexión sobre sus derechos, de éstos a las políticas demográficas y, de vuelta, nuevamente a la discriminación; intentaré mostrar la conexión entre estos temas, bien que de forma breve. El resultado de este recorrido intelectual son los capítulos que componen esta obra. Aunque me he formado en otras especialidades de la filosofía, al trabajar sobre este problema me he centrado enseguida en su rama política, y quisiera explicar el motivo de este cambio porque me parece que revela la naturaleza del problema. Así que al hacer este relato no intentaré describir tanto un recorrido personal como el camino que he tenido que transitar en esta búsqueda, la lógica de ese proceso, y las conclusiones alcanzadas.
El asunto es que, se parta de donde se quiera, el "problema homosexual", entendiendo por esta expresión la discriminación y el impacto que ésta tiene sobre sus vidas, está tan cruzado de ideas políticas que es difícil evitar estudiarlas una por una para ver el trasfondo que tienen. No sólo es difícil evitarlas, tampoco es conveniente. Si en su base existe un fondo político es mejor enfrentarse con él para ver en qué consiste, qué estructura tiene, cómo puede evolucionar, y qué soluciones se le pueden encontrar; después, será posible afrontar a otro tipo de problemas que están bajo la política y que constituyen su base, como por ejemplo la marginación social. Intentaré demostrar que la discriminación se sustenta sobre un vacío, es una estructura en el aire de la que pocos parecen percibir que carece de fundamentos sobre los que mantenerse en el futuro. Los tuvo, pero ya no los tiene, de ahí que se trate de una estructura débil, es decir difícil de mantener a largo plazo. Por tanto este es un trabajo que plantea estas cuestiones con un enfoque casi propedéutico, de iniciación al tema.
Se puede objetar que no son pocos los trabajos y libros publicados sobre el tratamiento de la ciudadanía por intelectuales y expertos en su oficio, la mayor parte profesores de Derecho Constitucional, y ramas afines. Es una objeción lógica, pero a la que daré tres respuestas para explicar la especificidad del tema. La primera es que, a medida que cambian las sociedades, surgen situaciones que eran imposibles de prever un siglo antes, por lo que es necesario volver a pensar los conceptos con los que se elaboraron las ideas que forman la base del gobierno. Estos conceptos pueden tener un origen tan lejano en el tiempo como las instituciones creadas por la cultura grecolatina o las reflexiones de sus filósofos, pero es necesario conocer su forma de expresión como consecuencia de las nuevas realidades y su adaptación a ellas. Lo clásico se adapta con facilidad a lo contemporáneo, pero hay que saber cómo hacerlo. Pondré un ejemplo de lo que quiero decir; hace mucho tiempo que se han traducido al castellano las obras de Shakespeare, pero cualquier traducción realizada en el S. XIX no parece apropiada a comienzos del XXI como texto base de una representación teatral, o de una lectura meditada. A su vez, si el público al que va dirigido tiene algún tipo de vivencia o necesidad específica, la adaptación del texto debería tenerlo en cuenta, en la medida de lo posible. No es lo mismo traducir sus Sonetos para ser leídos por el público victoriano que preparar una edición actual para un público joven, u homosexual, con una sensibilidad, vivencias, y formación cultural muy diferentes.
La segunda objeción es que analizo la situación de un grupo de población sobre la que se aplican algunas veces, pero no siempre, unos derechos de larga tradición. Las peculiaridades requieren un análisis diferenciado, y todos somos distintos a los demás por muchos motivos, desde la constitución genética hasta la ideología política, pasando por los hábitos, gustos estéticos o lecturas. De lo que se trata es de recibir el mismo trato por las leyes, o dicho de otra manera, que lo permitido a unos no sea negado a otros. No se trata de volvernos iguales, lo que desde luego sería un proyecto totalitario, sino de ser tratados por igual, lo que es una aspiración democrática. La tercera objeción, alguien lo habrá adivinado ya, es que desde los elevados puestos universitarios raramente, por no decir nunca, se presta atención al problema que aquí se expone.
Para finalizar la Introducción, quiero señalar que cuando se habla de orientación, a esta palabra se le suele añadir el adjetivo "sexual" para aclarar que no se trata de una opción política, religiosa o estética. Sin embargo, ese calificativo me parece que es confuso por reduccionista, porque con él las personas no se refirieren sólo, ni principalmente, a la sexualidad, sino también a la afectividad, es decir a la capacidad de amar a través de la unión física y de ponerse en juego. Incluso del sacrificio personal con el objetivo de mejorar la vida de la persona amada. Por eso, creo que es más correcta la expresión "orientación sexoafectiva" (u "orientación sexual y afectiva") y así la utilizaré a lo largo del libro. Además, mencionar sólo el sexo supone una eliminación del afecto en la misma descripción de la persona que, particularmente en el caso de los homosexuales varones, resulta devastadora por ser la encarnación de los prejuicios que pesan sobre la primacía de la actividad sexual sobre los demás aspectos de nuestra vida.
Por todo ello, los capítulos que siguen son un trabajo básico, en el sentido de que intentan sentar las bases sobre las que se levanta la estructura de la discriminación y del trato sobre una minoría concreta. Son los cimientos de un pensamiento político y, si se quiere comprender una situación como aquella en la que se encuentran las personas aquí aludidas, no creo que se pueda prescindir de este tipo de estudios. Lo que espero del lector no es tanto que eso le haga disculpar las insuficiencias de mi aportación, como que comparta esa necesidad de "cuerpo político" o, al menos, que la comprenda. Como resumen del contenido, diré que el primer capítulo se basa en la convicción de que el problema de la desigualdad de los homosexuales tiene que ser analizado en clave política. Para ello, se desarrolla la idea de que es necesario utilizar tanto la libertad como la igualdad en los dos ámbitos, el teórico y el práctico. Es evidente la necesidad de la igualdad, pero a menudo se ha olvidado la potencia de la libertad como vía para que las minorías pudiesen conseguir derechos, puesto que la negación de leyes igualitarias también puede ser analizada como una denegación de la libertad de elección. Ambas ideas proceden de la filosofía política, y si son usadas de forma complementaria cuando se argumenta en este terreno su capacidad se multiplica.
El segundo capítulo desarrolla la idea, arriesgada, de que los derechos a la igualdad de las minorías no pueden ser negados porque la población que los solicita es diferente a la que existía todavía a mitad del siglo pasado. No tanto por los mecanismos que pone en juego la democracia, como se afirma desde el análisis liberal, cuanto porque quienes reclaman derechos tienen una capacidad política, un peso económico por la riqueza que contribuyen a producir, que impide postergar sus demandas cuando éstas no dificultan el sistema económico. Por utilizar una frase célebre: la población, y no otros recursos, son la nueva "riqueza de las naciones". Y como riqueza tiene que ser cuidada por los gobernantes, para que no deje de producir o para impedir que emigre.
El tercer capítulo desarrolla otras dos ideas políticas, pero éstas de carácter jurídico, la nacionalidad y la ciudadanía. Se centra en la irregularidad que supone el hecho de que la nacionalidad pueda generar distintas ciudadanías, una para heterosexuales y otra para homosexuales, puesto que a los segundos se les niega el acceso a la protección que tienen los primeros en cuanto se reconocen las familias que ellos forman, pero no otras. Lo que se traduce en que sólo los heterosexuales tienen acceso a estos bienes, como la declaración conjunta de ingresos, pensiones estatales, adopción compartida de menores, etc. El pacto o contrato social queda invalidado si no alcanza a toda la población por la forma en que se ha planteado. Sin embargo, las irregularidades que se derivan de su incompleta aplicación parecen haber pasado desapercibida para muchos juristas.
El último capítulo estudia las relaciones de dependencia que existen entre el sexo, el género, y la orientación afectiva y sexual. Entre ellos se produce una férrea unión que impide que de dos sexos (macho, hembra) se pueda derivar otra cosa que dos géneros (masculino, femenino), y a partir de éstos últimos sólo una forma de relación posible, la atracción mutua. Es decir, la heterosexualidad. Se analizan también aquí las posibles formas de romper esos vínculos, que son dos, la multiplicación de los géneros en la vida cotidiana, o su eliminación de las leyes fundamentales, por ejemplo en la Constitución.
Con todo ello, se espera proporcionar un material para la reflexión que pueda ayudar a comprender las fuerzas en las que se mueve el problema. Se trata de un proyecto ambicioso, sin duda. Pero no cabe otro planteamiento cuando se contempla la situación de partida, lejana a lo que podría ser la vida de los homosexuales de ambos géneros si las leyes, y la política de los organismos estatales, hubiesen sido distintas desde hace décadas.
Notas:
(i)Para un análisis del término dentro de la comunidad homosexual, y sus significados previos en otras lenguas, véase Óscar Guasch: La sociedad rosa. Barcelona, Anagrama (1995, 74-76).
(ii) Sobre la mayor tasa de suicidios en homosexuales, véanse los artículos de las revistas Crisis y Pediatrics que aparecen en la sección "Documentos e informes".
por: javierugarte
Labels: LITERATURA
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