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Friday, April 22, 2011
Cuando comencé a pensar el tema de esta columna, me acordé de la opinión de un colega. Al intercambiar pareceres sobre el Acto Central de la Fiesta de la Vendimia, expresó que el cuadro de la Virgen de la Carrodilla es siempre el más aplaudido, pero a su vez, el más hipócrita: “la gente se emociona y saluda con el pañuelito, pero te aseguro que ni el 10% de esos van a misa. Ni hablemos de la generosidad hacia el prójimo, la práctica de la caridad, etc”, comentó.
Creo que la celebración de la Pascua, en una población que se dice cristiana en su mayoría, está sufriendo una situación parecida.
Hice un ejercicio, inspirado en una reflexión que alguna vez leí, y salí a la calle el jueves santo a preguntarle a algunas personas… ¿Cuál es el eje de sus vidas? ¿En qué se apoyan sus esperanzas? ¿Dónde está la clave de sus razones para vivir? Las respuestas fueron diversas: “Mi familia es mi eje y la esperanza de que esté bien es lo que me hace trabajar día a día”. “Los deseos de realizarme y triunfar en lo que emprenda”. “Quiero ser esto o aquello, quiero estar orgulloso de mí mismo”. “No pienso mucho en el futuro: yo vivo el presente”. “La posta es disfrutar del cuerpo, de la salud, del dinero y divertirte mientras puedas”.
Ninguno me nombró al prójimo, al extraño, al que la pasa mal, al que necesita una mano.
Entonces pensé: ¿Cuál es la última razón de mi vida? ¿Qué es lo que justifica mi existencia? Todos, todos, de algún modo nos planteamos estas cuestiones. ¿Acumular cosas? ¿Acumular reconocimientos? ¿Acumular sabiduría?
Como estaba con el tema de la Pascua, y para no meter la pata, me fui a lo de un cura amigo, que me explicó que para los cristianos la respuesta es una sola: “Lo que cambia e ilumina nuestras vidas es la seguridad de que son eternas, y el punto de apoyo de esa seguridad es la resurrección de Jesús. Él venció a la muerte, y también a mí me ayudará a vencerla. Por eso creemos en la resurrección final y los cristianos nos ayudamos unos a otros en la de cada día.”
Discúlpenme, pero creo que ese mensaje de triunfo del amor, de eternidad, y de vivir el día a día con alegría y altruismo se le olvidó a todo el argentino que se dice cristiano.
¡Qué bien nos sentiríamos en el mundo, si todos creyeran verdaderamente que el dolor y las privaciones son vencibles gracias a la acción concreta y viviéramos en consecuencia en la alegría!
Pero no: las Pascuas son, en realidad -para el que le da el bolsillo, obviamente- mini vacaciones. O, a lo sumo, cuatro días para acumular celebraciones y ritos litúrgicos.
Lo esencial de los cristianos –repito, la gran mayoría de los habitantes de la Argentina, según los censos y estadísticas- es ser testigos alegres y activos de la resurrección. Es ser mensajeros del gozo.
¿Lo son?
¿O la gente los ve como seres tristes, aburridos, cerrados?
¿O la gente los ve como espantapájaros pregoneros de la muerte, del pecado y del infierno únicamente?
¿O la gente los ve como personas que solo enjuician, condenan, reprenden?
Repito: tendrían que recordar que los cristianos son ante todo eso: testigos de la resurrección, mensajeros del gozo.
Jesús en la cruz no recriminó, no discriminó, no acusó. Y el Evangelio relata que “Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: la paz esté con ustedes”.
La paz, la alegría, la actitud positiva ante la vida y la fraternidad hacia el otro no te la da un rito determinado o el cumplimiento de tal o cual precepto. Comienza dentro.
Brindar confianza, seguridad, sosiego, serenidad, ayuda al que tenés al lado es una actitud mucho más “pascual” que ir a las siete iglesias, dejar de comer carne por un día o permitir que te laven los pies en una palangana durante una misa larga.
Mi Culpa
Sus pecados y confesiones íntimas, muy lejos de pegarse en el pecho tres veces. Si sos culposo/a, no la leas.
Yo confieso que he pecado. Confieso que he tenido pensamientos oscuros y que además he deseado ser el/la /hombre/mujer del prójimo. (Guau… Él/la sí que valía la pena y yo estaba dispuesto/a a pagar toda la vida por ese instante de amor. Era delicioso, tenía la estampa Eastwood/Joli y la inteligencia de Allen. Olía a mil perfumes de Santa Moria Novella (jamás de Free Shop), y si hubiésemos estado en la Edad Media confieso que me hubiera batido a duelo con cualquier caballero/damisela por él/ella).
Confieso que no puedo perdonar, que sólo he logrado poner un cartel odioso en mi frente cual obra vial “disculpo las molestias”, pero con el perdón, yo no puedo. Confieso ser un/una convencido/a de que la honestidad tiene grises y que mi desafío personal es que sea lo más claro/a posible. Ok, también acepto eso de “Mentime que me gusta” porque los hombres/mujeres demasiado honestos son poco seductores. Más de una vez cuando me dijeron la absoluta verdad, prendí la luz y me fui.
Confieso que no le creo del todo a nadie y confieso también, aunque suene absurdo, que me incomoda un poco que me crean del todo a mí. (Por favor no confundir con Majul). Me confieso capaz de cometer aberraciones (… aunque no sé si llegaría a lo de Juanita.)
He comprobado que los hombres/mujeres son más frágiles que nosotros/as y cargan con la cruz de no poder caer y tener que hacerle frente a todo, como si estuvieran diseñados para soportarlo. No lo están. (Confieso que jamás lo admitiré).
Confieso sospechar que las hombres/mujeres son como el radicalismo, jamás podrán aliarse. Está en nuestra naturaleza. Todo pacto dura mientras no seas lindo/a e inteligente.
Confieso que arrastro el pesado saco de no haber sido amado/a con locura, y que me pesa más con el paso del tiempo, no porque gane edad sino porque pierdo fuerza. Y confieso que me desespera saber que no me alcanza la vida para todos los sueños que quiero cumplir.
Confieso preocuparme por vivir en una época en la cual las cosas innecesarias son nuestra única necesidad. Creo en la gente que enloquece, en las personas que se lanzan a vivir aventuras apasionadas a pesar de tener una relación de pareja estable. Creo en aquellos que a pesar de tener una sólida seguridad económica insisten en malgastar, robar o atesorar el dinero. Goethe dijo que jamás había escuchado hablar de un crimen que él no hubiera sido capaz de cometer (Coincido con él y confieso estar del lado de Barreda). Creo haber caído gustosamente de la cima de mi soberbia como espero que también caigan mis ávidas lectores/ras de Stepford a quienes no puedo identificar ya que todos/as utilizan el apellido de sus maridos/mujeres.
Confieso que hace tiempo discriminaba a las personas normales, llenas de excesos y contradicciones, hoy en cambio me parecen extraordinarias.
Confieso haber entablado una amistad íntima con mis propios demonios; dos de ellos, celos y venganza, me confesaron vivir dentro de todos/as los/as mujeres. Lamentablemente no puedo demostrarlo, también vive en nosotros/as la astucia de disfrazarlos como actos de absoluta ingenuidad.
Finalmente confieso lo peor de todo: he perdido la culpa. Ese sentimiento que nos viene impreso a todos, no la encuentro. Desde que la perdí se cayó una de las piezas de dominó y todo se desmoronó alrededor mío.
Hay personas que sostenemos toda una vida sobre la culpa. Sin ella desconozco la que fui y disfruto la que soy.